El jueves pasado estuve de visita en Évora, en el Alentejo portugués, y conocí uno de los lugares más impactantes que haya visto jamás: La Capilla de Huesos. Es un lugar tan extraño y misterioso que cuesta trabajo imaginarse su origen. Se sabe que fue construida dentro del Convento de San Francisco para la meditación de los monjes, pero ¿a quién se le ocurrió la idea de revestir por completo paredes y columnas con huesos humanos? El ambiente de la capilla no puede ser más siniestro. Aunque me esfuerce con las palabras no lograré transmitirles lo que pálidamente pueden decirles las fotos (les recomiendo hacer click sobre las imágenes, se sorprenderán con los detalles).
LA CAPILLA
La Capilla de los Huesos era un espacio de oración y meditación sobre la efímera condición humana, construida por los frailes franciscanos a finales del siglo XVI. Para “decorarla” fueron necesarios más de cinco mil esqueletos sacados de los túmulos de las iglesias y cementerios de Évora. Sobre la puerta de la entrada, en mármol, al estilo clásico, está la célebre inscripción dirigida a los visitantes:
NOS, LOS HUESOS QUE AQUÍ ESTAMOS, POR LOS VUESTROS ESPERAMOS.
La capilla se compone de tres naves, con las paredes y columnas completamente revestidas de huesos humanos lo que le da al ambiente una penumbra trágica de cripta. Frente al altar, a la derecha, en un túmulo de mármol reposan los cuerpos de dos o tres frailes fundadores del convento franciscano. Frente al altar podemos ver también el túmulo del Obispo D. Jacinto Carlos Silvera, quien fue asesinado por los soldados de Napoleón, durante las invasiones francesas en 1808.
LA LEYENDA DE LA CAPILLA DE LOS HUESOS
Al fondo de la capilla, a la derecha, colgados de la pared hay dos cuerpos momificados (un adulto y un niño), con carne, piel y músculos. Los cuerpos fueron descubiertos en unas excavaciones hechas en La Capilla en el siglo XVIII. Sin embargo, existe una leyenda que dice que los cuerpos son de un padre y su hijo. Según la historia, que hace parte de la tradición oral eborense, un niño golpeaba a su madre, maltratándola. El padre era cómplice, consintiendo las malas acciones del hijo. La pobre mujer, en el momento de su muerte, les deseó la siguiente desgracia: “Que la tierra de vuestras sepulturas no los deshaga”. Y así, padre e hijo, después de muertos quedaron momificados, porque la tierra no quiso consumirlos, cumpliéndose la maldición por las malas acciones que practicaron en vida.
EL POEMA
Un soneto sin firma cuelgan de la columna derecha junto al pequeño altar. Me cuenta en una carta mi amigo Ricardo Bada que el poema se le atribuye al Padre António da Ascenção Teles. La traducción, que agradezco mucho, también es de Ricardo.
¿Dónde vas, caminante acelerado?
Párate, no prosigas adelante:
Ninguna ocupación más importante
Que esta que aquí a tu vista han presentado.
Recuerda cuántos son los que han pasado.
Cavila en que tendrás fin semejante.
Que para meditar, causa es bastante
Que todos los demás en esto han dado.
Pondera, que influido de esa suerte,
Entre del mundo ocupaciones tantas,
Tan pocas veces piensas en la muerte.
Pero si la mirada aquí levantas,
Párate, que en ocupación tan fuerte,
Cuanto más te detengas, adelantas.
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