Hemeroteca del mes mayo 2009

NO ME LLAMES HIJA
Por John Better

Te han recibido todas tus amigas en mitad de un inmenso alboroto. Sacas el Pielroja y lo enciendes, luego pasas el humo con un aguardiente seco que de inmediato empieza a hervir en tu garganta. Éste es tu lugar, aquí eres bienvenida siempre, éste es el mundo mágico, la fantasía animada de la alegría y el placer, el sexo que como manzanas de oro se ofrece a quien pueda pagarlas.

Aquí están todas tus amigas, tus camaradas en el combate. ¿Seguro que están todas, compañera? Pues pasemos lista: la Malecha (aquí), la Brigitte (aquí), la Perra Juárez (guau, guau), la Raisa (no está), la Transatlántico (se está fumando un bareto con la Raisa), ok; la Cero Cero (ahí viene corriendo), la China (la mataron hace una semana), bueno sigamos… la Terrorífica (buuu, aquí), la Horripila (se está maquillando), la Sordomuda (…), la Padre Santo (el sida la tiene hace un mes en cama, pero se levantará), la Bardot (ya está jubilada), la Juan Pablo Segundo (amén), la Rosa Mosquita (se fue con el hombre de la Ford Explorer), la Ligia 40 (está presa con la sexy Wendys), la Gringa (I´m here, baby), la Xiomara Rosa (está en Caracas), la Paloma (la estaban buscando unos sijinosos y voló a Riohacha), la Diabla (ya no es puta, ahora es evangélica), ok; la Pato (la echaron al agua y le dieron una paliza ayer), la Rana (aquí llego brincando, niña), la John Better (¿Quién es esa?, no la conocemos), la Poetisa (está en las nubes metiendo basuco), la Mariluchi (aquí de paso), la Quitasueño (mírala con los audífonos puestos), la Lambe (aquí, primor), la Casti (acá pintándome las uñas), la Danitza (y que está en Brasil, pero embuste), la Mafalda (¿por qué tanta bulla, niña?)

Bueno, están las que son, tus amigas del alma, la gran fraternidad travesti con sus banderas escarlatas en alto haciendo su propia marcha del orgullo madrugada tras madrugada, sin cámaras, ni fastuosas carrozas mecánicas con full music, ni nada de esos aspavientos, porque esta arenga no exige nada a este puto gobierno, sólo pide amor y unos cuantos billetes para celebrar luego ese amor y de paso tener un chocolate caliente servido en la mañana.

Ahora, compañera, vamos a hacer lo que sabemos. Ahí se detuvo el primer carro de la noche, ¡adelante y arriba! Tú no subes, tú trepas al auto y te acomodas para ejercer tu oficio, ése en el que eres una experta, hábil como ninguna vieja comadreja.

Discreta vas cediendo a los torcidos caprichos de tu acompañante, su mano no aguarda, porque el paga y va en busca del oculto jazmín que aprisionas entre las piernas y tú, viciosa, te entregas a la jodienda, bajándote los calzones hasta los tobillos, dándole de mamar a ese cachorrito adinerado que goloso te saca un par de gemidos, mientras tu manita ladrona le saca la cartera, extrae los billetes y luego, como si nada, la pone otra vez en su sitio. Así son estas cosas, dices y reclinas la silla para estar más cómoda(…)

Fragmento del libro de cuentos Locas de Felicidad, que será presentado Mañana en Barranquilla por la Editorial La Iguana Ciega.

John Better, Barranquilla, Colombia (1979), poeta y prosista. En el año 2006 el poeta y editor, Dalniel Pupko, le publicó en México el poemario China White, un libro que destaca por la belleza y originalidad de su propuesta estética. Es para mí uno de los escritores más interesanten de la nueva literatura colombiana.

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Para ver mi intervención en XII Salón Iberoamericano de Gijón, el pasado domingo 24 de mayo a las 7:30 p.m, basta con hacer click http://www.literastur.tv/index.html .

La mesa en la que participé hablando sobre sirenas es la de la clausura,por tanto, la última del menún de la derecha. Intervinieron también, Eugenia Rico, Carmen Boullosa, Elsa Osorio y Luis Sepúlveda.

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Antes de irme a España para participar en el Salón Iberoamericano del libro de Gijón, quisiera compartir con ustedes una de las visitas más bellas que haya hecho en la ciudad de Lisboa. Se trata del Palacio de los marqueses de Fronteira. Los jardines y el palacio, fueron originalmente construidos como casa de verano al rededor del año 1670 por el primer Marqués de Fronteira Don João de Mascarenhas. Entonces se ubicaba en la cima de la colina de Monsanto, a pocos kilómetros de la Lisboa del siglo XVII. Como imaginarán hoy en día la ciudad ha llegado hasta la puerta del palacio y parece increíble que alguna vez se utilizaran los bosques aledaños para la Caza. Después del terremoto que arrasó Lisboa en 1755 el palacio fue restaurado con mármoles y frescos, lo que enriqueció su arquitectura.
El palacio debe su reputación en gran parte a la calidad y cantidad de azulejos, que son de una gran variedad en lo que respecta a escala, color, diseño y tema. Los azulejos adornan las estancias principales de la casa y también el gran jardín.
Pocas veces suelo recomendar en el blog lugares para visitar, pero este palacio es tan encantador que no debería perdérselo nadie. El palacio está habitado por al actual Marqués de Fronteira. Las visitas deben solicitarse por teléfono con al menos un día de anticipación y son siempre guiadas. Les dejo la dirección para que no tengas excusas.

Largo de S. Domingos de Benfica, 1 -1500-554 Lisboa

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El tema del XII Salón Iberoamericano del libro de Gijón es el Mar. El mar en la literatura, “el mar, el mar que siemrpe sobre sí retorna”.  El evento que empieza mañana  miércoles 20 de mayo y finaliza el próximo lunes 25, reune una excelente nómina de escritores. Este año participaré en una mesa tiltualda “Contando historias de mar…” Nos vemos en España.

Domingo 25 de mayo. 19.30  MESA REDONDA: Contando historias de mar……
Participan: Elsa Osorio (Argentina), Carmen Boullosa (México), Eugenia Rico (España), y Lauren Mendinueta (Colombia)
Modera: Luis Sepúlveda.

Para conocer el programa completo del salón visiten su página web aquí

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Jorge Galán

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.Nació en San Salvador en 1973. Se graduó como Licenciado en Letras en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Por sus premios en los Juegos Florales CONCULTURA de otorgó el Título de Gran Maestre de Poesía y ha obtenido los Juegos Florales de Quetzaltenango (Guatemala, 2004) y el Premio Adonais (España, 2006). Ha publicado El Día Interminable, La Habitación, El Sueño de Mariana (novela), entre otros.

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El Día Interminable

Ayer era domingo y hoy también es domingo,
el nombre interminable de un día interminable.
La misma taza blanca y el mismo café negro
todos beben y sienten un sabor de penumbra.
Una anciana que espera los hijos que no vuelven
-ningún hijo esperado vuelve lo suficiente-.
Ciertos hombres que sueñan, no van a ningún sitio,
una fruta que cae donde nadie ha previsto,
la lentísima luna como un seno lentísimo,
emergiendo del pecho más total del poniente.

Todo sucede ahora. Todo ya ha sucedido.

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Trenes

Sólo algunos ancianos quedan en la mañana.

Ellos conversan sobre trenes, recuerdan ciertos viajes
hasta ciertos lugares que hace mucho no existen.
Visitan los cafés, las esquinas, las albas, los jardines,
Se detienen para escuchar el murmullo de las lechuzas,
para recoger una almendra del suelo humedecido,
para mostrar una fotografía que siempre ha sido antigua,
para mirar unas montañas que ya no recordaban.
Para ellos el viento siempre será un cabello largo
y el aroma de los jardines ya no será algo más que una
muchacha.
El calor para otros es una camiseta que baja lentamente,
pero ellos están fríos a la orilla de un río todavía diáfano.
No morirán esta mañana, eso lo saben, por eso están felices,
por eso están hablando que se han vuelto siluetas,
que se han tornado oscuros como sus propias voces,
que su piel macilenta se ha vuelto viento.
Sólo algunos ancianos permanecen, conversan…

Los trenes que recuerdan son cada vez más lentos.

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Solo

Quisiste abandonarte, muchacho inusitado,
y te dejaste solo.

Bien sabías lo que iba a sucederte:
nadie iba a lamentarse porque ya no distingas
las siluetas del tiempo,
porque ya no camines en la hierba,
porque ya no te sientes a esperar el invierno debajo
de los árboles.

Nadie iba a sospechar que ya no existes,
salvo tus propios ojos.

Y como ayer, hoy nada es diferente,
las ventanas del día ya olvidaron tu rostro.

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Selección del poeta Eleazar Rivera

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El pasado mes de febrero apareció en las vitrinas de las librerías españolas una reedición de Amarilis, la primera novela del escritor mexicano Antonio Sarabia (México D.F., 1944). El libro fue publicado por la editorial Belacqva en su colección Verticales de Bolsillo, y se suma al excelente catálogo que el editor catalán Pere Sureda viene formando para esta editorial.
Amarilis es un fresco del Siglo de Oro Español que narra los últimos años en la vida de Lope de Vega y su postrer amor por la bellísima Marta de Nevares Santoyo, a quien el poeta bautizó con el sobrenombre que da título al libro. De esta obra, el novelista español José Manuel Fajardo ha escrito que se trata de “una gran novela que acierta a reconciliar la modernidad con la tradición” y añade: “en este libro, en vez de dejarse aplastar por la monumental figura de Lope de Vega, Sarabia sabe poner al clásico de su parte”.
Antonio Sarabia Estudió Ciencias y Técnicas de la Información en la Universidad Iberoamericana de México, después de lo cual se dedicó a la radio y la publicidad. En 1981, con tenía treinta y siete años, decide viajar a Europa, para radicar en Paris, y dedicarse a la literatura de tiempo completo. Pero no sería hasta diez años más tarde cuando publicaría su primera novela: Amarilis (Norma, 1991). Desde entonces se ha destacado como uno de los grandes escritores de la moderna narrativa iberoamericana. Como dato curioso, y poco conocido, puedo decir que Amarilis, apesar de ser la primera novela publicada, es en realidad la segunda escrita por este autor, quien en 1988 fue finalista con El alba de la muerte, más tarde El Retorno del Paladín (Ediciones B, 2005), del Premio Diana Novedades.
En la carátula de la nueva edición, esta es la quinta en lengua española, podemos leer una frase de Álvaro Mutis que afirma “en Amarilis vuelve a inventarse la vida”. Yo sólo puedo añadir que esta es una novela para volver a enamorarse de la poesía con una de las mejores prosas de nuestra lengua.

Hoy, 9 de mayo de 2009 a las 20:00, la cita con Antonio Sarbia es en la Feria del Libro de Valladolid, durante el I Encuentro sobre Novela Histórica que se está desarrollando en la ciudad castellana. La mesa en la que participa esta noche se titula: La Imagen de la Literatura en la Novela Histórica. Además el autor mexicano ofrecerá una firma de libros.

Todo un capítulo en exclusiva para Inventario. Para leer más visite Los Convidados de Antonio Sarabia, y si lo que quiere realmente es disfrutar de la novela en toda su belleza pase por su librería favorita.


¿DONDE HA VISTO ANTES ESE LERDO CAMINAR DE OSO
, ese rostro barbicerrado, esos ojos espantadizos? se pregunta Valsaín llegando a procurarse el desayuno cotidiano en su habitual hostería de la Puerta del Sol. El propietario del lugar, un valenciano de rostro cetrino, sonrisa zaina y maneras untosas, lo deja comer de mogollón, sin cobrarle un maravedí, a cambio de algunos pequeños servicios transportando fardos o moviendo cosas pesadas en el sótano. El se conforma con una tajada de letuario de naranja para asentar el estómago y un buen vaso de aguardiente: el perfecto tentempié matutino para resistir mejor las faenas del día. En realidad ahí no se puede ordenar gran cosa. El lugar es un bodegón de mala muerte, reconoce Valsaín, un verdadero registro de cherinoles, muy poco recomendable para godizos o gente honrada. Por eso le extraña ver esa figura desgarbada, tan manifiestamente fuera de sitio, que avanza sorteando incómoda los ruidosos parroquianos. Salta a la vista que no tiene nada que hacer ahí.
Su imagen le trae de súbito a la cabeza aquel bautizo al que asistió por casualidad semanas atrás, siguiendo a Lopillo por la calle de Atocha, tiempo después de su permanencia en los Desamparados. Ese godizo de mirar inquieto es el padre de la gardilla a quien llevaron a la pila con tanta pompa en San Sebastián, recuerda de pronto. Su esposa es la joven señora que la dio a luz, la amiga de Marcela del Carpio. Se precipita tras él con la oscura intención de prevenirlo, que no aparte la mano de la bolsa y se largue de ahí lo más pronto posible, va pensando advertirle, pero se detiene sin decir palabra al verlo sentarse en el rincón menos concurrido de la taberna, y entablar conversación en voz muy baja con dos individuos de temible catadura.
Toma asiento, como al azar, en la única mesa libre junto a ellos, y el godizo le dirige una mirada de infinita desconfianza. Los rufianes que lo acompañan se encogen de hombros. Es un estravo, dice uno, un mandria, un bobo, lo llama el otro sin concederle importancia. Valsaín finge no entender sus comentarios y ellos vuelven a concentrarse en su negocio. Son gente de fuera, observa mirándolos de reojo, nunca los había visto por los alrededores. Tienen la misma pinta de forajidos valencianos que el propietario del mesón. Pero a leguas se ve que éstos no son comendadores de bola ni bailicos, ladroncillos de poca monta, sino arriscados matarifes, cherinoles, de media sobre media, sombrero caído sobre el embozo, guantes descabezados, tizonas desmesuradas y filosos desmalladores asomando bajo las fajas. El godizo lleva el peso de la conversación y Valsaín oye mencionar en voz muy baja, en un susurro imperceptible para oídos menos agudos que los suyos, el nombre del farfaro poeta. Los dos jaques se miran entre sí con aire de duda. El esposo de la amiga de Marcela saca una taleguilla de piel de gato y deja caer varios juanes dorados sobre el tablón. Uno de los fuereños, que parece hablar también por su camarada, los rehúsa, colmilludo, con un remiso movimiento de cabeza. El hombrecillo vacía entonces el total del contenido de la bolsa volviéndola boca abajo frente a ellos. Las monedas relucen un instante contra la madera antes de que el rufo las haga desaparecer en su propia escarcela en señal de asentimiento. No hay nada más que decir. El godizo se pone en pie, ensaya un tímido ademán de estrechar una mano, sea para sellar el pacto o despedirse, pero los malhechores fingen no verlo y él se va sin añadir palabra.
El azar lo ha puesto al corriente de un complot para asesinar a Lope de Vega, piensa Valsaín. No le cabe la menor duda. Acaban de firmar la noche, la tristeza, la sentencia de muerte, del Fénix de los ingenios. No puede tratarse de otra cosa. Esos hombres no tienen más oficio que disponer de vidas ajenas, discurre, mientras ellos apuran sus barrosos de caramo, vino, dejan unos cuartos sobre la mesa y parten a su vez, desaparecen, confundiéndose entre los demás clientes del lugar. Valsaín permanece un rato inmóvil ante su tajada de letuario, sin animarse a tocarla. En su interior se debaten sentimientos contradictorios. Los jayanes y el godizo han convenido un plazo, fijado un límite, a la vida del farfaro poeta. El marido de la amiga de Marcela no es tan amigo del padre de Marcela. Hace un gesto de enfado resoplando sin convicción, como persuadiéndose a si mismo de que a él qué más le da. El cura no le merece respeto, ni simpatía, después de su pasada intransigencia hacia Lopillo. Y luego ya está viejo. La parca no dilatará en llevárselo de todos modos, tarde o temprano. No en balde, en su dialecto, llaman a la muerte “cierta”. Deja la taberna meditando lo que será de la vida de Lopillo cuando le falte el padre. Tal vez lo encierren de nuevo en los Desamparados y esta vez no habrá quien vaya a reclamarlo. A él, Valsaín, le vedarán el verlo y ya no podrán pasear como acostumbran por las calles de la villa. ¿Y Marcela? Si se llevan también a la niña ¿quién va a leerle a él tantas cosas admirables como escriben y venden los obnubilados?
De todos modos se siente incapaz de prevenirlos, de advertirles, de ir a contarles lo que pasa ya sea a ellos o a su padre. Hacerlo significaría traicionar a su gente, a la chanfaina, a su clan, a sus principios. ¿El, soplón?, ¿él, fuelle?, ¿él, abanico?, ¿él, cerbatana?, repite sin cesar, en voz alta, torturado por sus propios vocablos. Excepto por el de longares, cobarde, no concibe peor insulto en germanía que el de malsín, búho, delator, castañeta.
Esa tarde prescinde de su acostumbrada ronda por la calle de Francos. Teme no poder resistir la tentación de avisar a sus amigos y convertirse en traidor a su linaje. Esbata, esbata, calla, aguanta el canto, sujeta la lengua, la desosada, se vocifera a si mismo marchando por plazas y mercados sin poder alejar de la conciencia el crimen que está por cometerse, sino es que ya lo han concluido. Marcela y Lopillo son, ahora sí, huérfanos de padre y madre. Van a encerrarlos de nuevo en los Desamparados. Los golondrinos no le harán ningún caso, inútil exigirles que lo sigan para rescatar a sus amigos. No puede contar con ellos: son soldados de adorno, de juguete, de mentiras. Al caer la noche sus pasos lo traen de vuelta a las cercanías de la Puerta del Sol.
Ahí se topa otra vez con los granujas, triscadores, fanfarrones, que pasean arrogantes por la calle de la Montera. Valsaín se apacigua al encontrarlos: si hubieran liquidado a Lope de Vega, razona, no se verían tan tranquilos en la plaza. Andarían a caballo por el monte, muy lejos de la villa, galopando camino de su tierra.
Decide callar, sí, guardar silencio, sí, cerrar el pico, sí, pero no perderlos de vista. Acecharlos sin que lo noten hasta que se le ocurra una leva, una cifra, un ardid que le saque del aprieto. A él y a Marcela y a Lopillo y al cruel sacerdote que desgraciadamente les tocó por padre.
Los truhanes se retiran a dormir temprano en uno de los varios albergues de media con limpio de la misma calle de la Montera. Valsaín conoce el lugar por haber sorneado en él algunas heladas noches de invierno. Cuesta cuatro charneles, ocho maravedís, alquilar una ruinosa cama que se está obligado a compartir con cualquier otro huésped. Uno solicita siempre que lo pongan con quien se vea más aseado o parezca tener menos piojos, pulgas y costras de mugre; por eso se llama a esos lugares “de media con limpio”, aunque si los dos tunantes se acostaron en el mismo catre les habrá tocado por fuerza cama con sucio, deduce Valsaín.
Es extraño que dos enjibadores forasteros con la bolsa repleta de contentos, monedas de oro, se retiren a dormir en lugar de estilbar, beber, florear el naipe, o darse una vuelta por los prostíbulos de la calle del Luzón o la plaza del Alamillo, reflexiona instalándose de guardia frente al mesón, sin saber muy bien cuál es el mejor camino a seguir. Tal vez los cherinoles descansan, sornean, se reposan, porque saben que les espera una larga vigilia. Van a dar su golpe, a descornar su flor y después cabalgarán el resto de la noche piñando de vuelta a su caverna. Por otra parte, él puede estar errado en sus sospechas. A la muerte llaman cierta, pero no inminente, se dice alimentando una oscura esperanza.
Apenas pasadas las once los ve aparecer de nuevo a la puerta del lugar. No durmieron largo rato, reflexiona Valsaín remontando en pos de ellos la carrera de San Jerónimo, siguiéndolos sin ser visto hasta la calle del Lobo y observándolos introducirse sigilosos en la oscuridad del barrio donde habitan Marcela y Lopillo. Recoge un turrón en el camino, un sólido pedrusco del tamaño de su puño cerrado, y se lo guarda, por si acaso, entre los pliegues de la ropa.
Los dos facinerosos recorren la calle del Infante examinando las fachadas de las casas a la tenue luz de la luna. Se detienen al pasar frente a una de ellas, como si reconocieran unas señas particulares, y luego van a ocultarse entre las sombras de la esquina de la calle del León, cerrando el paso hacia la de Francos. Valsaín se hunde en las tinieblas del umbral de una puerta. No sabe lo que están haciendo ahí pero sospecha que su furtiva presencia, tan cerca de la casa de Lope de Vega, tiene que ver con la conversación que sorprendió esa misma mañana. Oye dar las doce en San Sebastián. El grave tañer de sus bronces se continúa aquí y allá por campanadas más o menos lejanas, ecos de otras iglesias de la villa. De pronto, como si ese dilatado repicar fuera una señal, una puerta se abre y se escuchan voces de gente que se despide. La tenue claridad del interior de la casa presta un breve resplandor a la calle aparentemente desierta. Valsaín no se atreve a asomar la cabeza para averiguar lo que sucede por temor a delatarse. La puerta se cierra con un rechinido y todo queda de nuevo envuelto en la sombra. Quien acaba de dejar la casa viene recto hacia él, desde su derecha, caminando en dirección a la calle de Francos. ¿Será el farfaro poeta? se pregunta conteniendo la respiración. Escucha a lo malandrines de su izquierda ponerse en movimiento, avanzan sin darse prisa, con calculada naturalidad, para no alertar a su víctima.
Los mira pasar junto a él disimulando bajo las capas las espadas desenvainadas, sin verlo, tan cerca que casi le rozan la barba. Valsaín levanta el puño armado de la piedra y lo deja caer como una maza de granito sobre la cabeza del más próximo hundiéndole el cráneo. El truhán cae hacia adelante sin exhalar un gemido. Nunca supo lo que le sucedió, piensa Valsaín mientras el restante salta a un lado, fuera del alcance de la sombra inesperada que emerge del vano de la puerta. El farfaro poeta capta en un santiamén lo serio del predicamento y recoge la espada que acaba de rodar a sus pies. El canalla sobreviviente parece bien habituado a esos lances porque, a pesar de su sorpresa y del compañero caído, reacciona con extremada sangre fría. Se pone en guardia girando sobre sí mismo para no dar la espalda a Valsaín, sin por eso perder de vista el acero que ya esgrime Lope de Vega. Sopesa las fuerzas de sus contrincantes. Se decide por atacar al que ve armado tratando de terminar rápido. Para eso le pagaron, colige Valsaín, es natural que intente desquitar el sueldo. El sacerdote resiste a pie firma la embestida con una serie de brillantes paradas que sorprenden a su adversario. No esperaba encontrarse con alguien tan diestro, piensa Valsaín compartiendo su estupefacción. Quién hubiera dicho que el farfaro poeta era un auténtico travo, un temible espadachín a quien el tiempo no ha disminuido la vista ni debilitado la muñeca. El bribón retrocede unos pasos, como para considerar con admiración al hombre que tiene enfrente. Lope de Vega, a pesar de embarazarle la sotana, aprovecha el momento para arremeter con violencia contra su agresor. Valsaín se entusiasma con el chocar de las filosas y las chispas de los chincharrazos. El rufián se defiende como puede, perdiendo terreno a ojos vista, avasallado por la clara superioridad de su oponente. Lope se tira de improviso a fondo y Valsaín escucha una sorda maldición. El hombre se echa hacia atrás con el brazo encogido, tocado, y luego deja caer la espada como un engorro inútil para salir huyendo a toda carrera rumbo a la calle del Lobo.
Ninguno hace el intento de seguirlo. Lope se inclina junto al caído buscando señales de vida. Está bien vasido, muerto, decide Valsaín sin acercarse: después de una turronada como esa no hay más que plantarlo en el cementerio. Da media vuelta y se aleja sin decir palabra. Se va con la conciencia tranquila. Marcela y Lopillo no quedarán huérfanos, no pasarán por las mismas penurias que él tuvo que sufrir de niño. Tampoco se vio obligado a traicionar a su gente. Jamás soplón, jamás abanico, nunca cerbatana. Antes de doblar la esquina en la calle del León se vuelve a ver si Lope de Vega prosigue sin sobresaltos el camino a su casa. Cree distinguir al farfaro poeta de rodillas todavía junto al cadáver del desconocido, muerto inconfeso, rezando tal vez una jaculatoria por el eterno descanso de su alma.

Fragmento de Amarilis, de Antonio Sarabia

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En el marco de la 42 Feria del Libro de Valladolid (España) se está desarrollando en estos días el I Encuentro Internacional sobre Novela Histórica coordinado por el profesor Carlos García Gual. Desde el pasado día 7 y hasta el próximo domingo 10 de mayo, Valladolid recibe a los más actuales y destacados escritores del género: Carmen Posadas, Carmen Riera, Gisbert Haefs, Antonio Sarabia y Alfonso Mateo-Sagasta, entre otros.

Mañana 8 de mayo a las 20:00, en el recinto de la feria de Valladolid, Antonio Sarabia, participará en una mesa titulada: La imagen de la literatura en la novela histórica. Lo acompañan Alfonso Matteo-Sagasta y Martín Domínguez, la presentación estará a cargo de Luis García Jambrina. Aquellos que se encuentren en Valladolid no deben perder la oportunidad de escuchar a este destacadísimo grupo de escritores.

Antonio Sarabia (México, 1944) es de los autores latinoamericanos que más han destacado en este género. Su novel Amarilis (Verticales de bolsillo, 2009) es, desde su primera edición en 1991, una obra de referencia en el mundo literario de lengua española. La última novela de este autor mexicano radicado en Portugal se titula Troya al atardecer (Belaqva, 2007). Con esta obra ganó el año pasado el Premio Internacional Espartaco a la mejor novela histórica editada en el 2007.

Alfonso Mateo-Sagasta (España, 1960) es autor de tres novelas históricas: El olor de las especies (2002), Ladrones de tinta (2004) y El gabinete de las maravillas (2006), estas dos últimas galardonadas con el Premio Espartaco en 2005 y 2007 respectivamente. Este año publicó, Las Caras del tigre, una novela que partiendo de una investigación científica desemboca en una trama policiaca con una revelación sobrecogedora.

Martín Domínguez (España, 1966) ha publicado varias del género histórico, entre ellas destacan: El regreso de Voltaire, premio Josep Pla 2007; Las confidencias del conde Buffon, premio Crexells, Andrómina y de la Crítica de la Universidad de Valencia y El secreto de Goethe, premio prudenci Bertrana y la Crítica de la Universidad de la Valencia.

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OBJETO
para la primera página de su enésimo libro el autor quería un espacio en blanco. un espacio que cegase al lector de modo que tuviese que aprender, de nuevo, a comportarse frente a las páginas de un objeto desconocido.

OBJETO
para a primeira página do seu enésimo livro, o autor queria um espaço em branco. um espaço que cegasse o leitor, de modo a que ele tivesse que aprender, de novo, a comportar-se perante as páginas de um objecto desconhecido.

CAJA
Sólo pasados algunos siglos el hombre comprendió que las promesas pueden darse vacías. una caja sin nada adentro. Pero incluso así se les da el mismo nombre: promesas. En fin, dice el hombre para sí mismo, todavía me queda una caja.

CAIXA

só passados alguns séculos o homem compreendeu que as promessas podem ser entregues vazias. uma caixa sem nada dentro. ainda assim, dão-lhe o mesmo nome, promessas. enfim, diz o homem para si mesmo, ainda me resta uma caixa.

TODAVÍA
El hombre, ya muy viejo, guardaba en la caja todo su dinero. un día una mujer tocó a su puerta y lo atrajo hasta un descampado. Ahí dos hombres lo atacaron y lo amarraron de pies y manos. Cuando se soltó ya era de mañana. Al regresar a casa, se dio cuenta de que se habían llevado la caja. El hombre comprendió que incluso sin la caja las promesas son algo que se mantiene. promesas de días mejores, por ejemplo. no siempre creemos en ellas. pero las promesas sobreviven.

AINDA
o homem, já muito velho, guardava na caixa todo o seu dinheiro. um dia, uma mulher bateu à porta e atraiu-o para um descampado. aí, dois homens atacaram-no e prenderam-no de pés e mãos. soltou-se era já manhã. ao regressar a casa, apercebeu-se de que lhe haviam levado a caixa. o homem compreendeu que, mesmo sem caixa, as promessas são algo que se mantém. promessas de dias melhores, por exemplo. nem sempre acreditamos nelas. mas as promessas subsistem.

Luíz Felipe Cristóvão (Torres Vedras, Portugal-1979)

Las traducciones son mías. Para leer otros cuentos breves visite el blog de Luís Felipe aquí

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Al poeta Ramón Peralta (México, 1972) lo conocí a mediados de abril de 2005 en el Centro Cultural Pirámide en el D.F. durante una lectura que organizó para mí Jocelin Pantoja. Aquella lectura marcaba justamente el final de mi Beca de Residencia Artística en México, mi regreso a Colombia y mi inminente traslado a España. Esa noche intercambié un par de palabras con Ramón y después no volví a tener noticias suyas. Hasta que un día a principios del año pasado recibí un correo electrónico con la noticia de una visita de Ramón a Lisboa. Me dio muchísimo gusto saberlo y de inmediato le propuse que nos reuniéramos. Para mi sorpresa Ramón había llegado a Lisboa con la intención de quedarse y aquí está viviendo desde hace más de un año. En esta ciudad mágica él comparte su vida con Ana, una chica española bellísima e inteligente (la autora de la foto de Ramón que ven más arriba). Es un escritor afortunado. En Lisboa está escribiendo sus libros de poesía y también una novela. A veces le digo a Ramón que Antonio, él y yo formamos la semilla de un nuevo grupo de escritores hispanoamericanos que crece en Lisboa. Nuestros amigos novelistas, la cubana Karla Suárez y el español José Manuel Fajardo, también piensan mudarse muy pronto acá. “Alguna vez se hablará del grupo de Lisboa”, bromeo. Él se ríe. Fuera de bromas, es un placer contar con la amistad de colegas que han elegido Portugal como su casa.

Los poemas de Ramón Peralta son inéditos, una colaboración especial para Inventario.

INSTANTÁNEAS
(algunos fragmentos)

Un martes de lluvia – un martes de lluvia y viento – un martes de lluvia viento y sol – un martes sin sol – un martes de sol y viento – un martes por la noche – por la mañana – por la tarde – nos vemos – caminanos – un martes – después de la comida – en un martes nublado – después de que los niños salgan a la escuela – en un martes – todos los martes – en una tarde – nos vemos – caminamos. Un becerro bala al oler la sangre de sus compañeras. Gira la cabeza que se le escapa por momentos al hombre que la sostiene. Mira el horizonte, no encuentra nada en que detenerse. Sigue oliendo la sangre, sus patas traseras tiemblan, bailan, se doblan.

Recordemos un automóvil es una partícula, el golpe de un boxeador es una fuerza, el espacio entre el núcleo atómico y los electrones es vacío. Una ola es una onda. El horizonte, las emociones y los recuerdos son producidos por el mismo efecto cuando lanzamos una piedra al estanque y se forman pequeñas ondas hasta la orilla recorriendo la totalidad de la superficie. En el pueblo, una puerta amarilla, un campo de cebollas. Un retrato con la cara llena de miedo. El hombre recostado, enfermo, apenas se le veían los ojos. Ellos trataban de verse en el espejo. Siempre los desconocidos, los que salen en las fotos y sonríen. El granjero con su perro, un galgo. Ambos, no sé por qué, tienen los mismos ojos. Se tapó la mitad de su rostro, en lugar de su ojo, quedó su anillo. el relámpago verde de los loros. Mis cabellos eran nubes extendidas, como si fueran llamas, grandes llamas blancas. La preocupación son las manos en el rostro. Un tiburón en el puesto del mercado. La luna llena sobre un grupo de nubes. Soñé la milpa tupida, alta y por encima dorada. El sonido del anuncio rojo de lámina al soplar el viento. Esa luz que atrae a los insectos.

FOTOSÍNTESIS

(primeros fragmentos)
Acércate a la ventana, ahí la luz cruza libremente, guarda el principio universal, la velocidad de un meteoro; hace visible cualquier superficie y dibuja tu rostro.
El obturador te deja descender. Nos ofrece la posibilidad de registrar fenómenos fugaces. Tu cuerpo presenta los detalles. El cielo es una furia, se reproduce con un color más fuerte y queda el sol nítido. (El sol todo dibuja al tocar sus remos)
Observa el después, parece una coincidencia que estemos presentes en algo que pasó volando por un mausoleo y se detuvo celeste, más adelante, en una rama.

A esto después le llamarán fotografía:

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ese algo que usted vio y ahora recuerda.
No subiremos el diafragma, esa es mi última voluntad, estoy seguro, seremos héroes. Voy a decírselo una sola vez, la pared será una sombrilla porque el sol es un Niágara y toca tu frente.
Entre nosotros no hay nada, salvo lo que ocurre cuando nos observamos. Arrastramos la iluminación perfecta, el gato duerme para no olvidar la casa. Salta del obturador un ruido principal, es el mismo de una máquina de escribir. El destino es el mismo para todos. La fuente proviene de un flash electrónico con paraguas a unos 65 centímetros arriba de mi hombro. Luego, el borde de un destello regresó todo, regresa todo a mis ojos, la soledad de una estación de trenes quedó impresa, y tú con la paciencia de la hierba.
Durante muchos años te robo en una cita, en un instante, concreto y aislado. La foto es una frase para que no desaparezcas. Mira el encuadre, deja de tocarte en el espejo, un retrato no es una semejanza. No te preocupes la garganta, ya casi termino el rollo; listo, tu cuerpo revuelto sobrevivirá al tiempo. Una máquina lo copió, eso es lo que importa en el castillo en un día de verano.
1.- El obturador te deja encender en todos esos colores, en todas esas líneas y en la forma te captura, te comparte, te lleva a otra tierra.

2.- No necesitamos saber más palabras, aquí el cuerpo petrificado es bello, sin doble intención; colgado de una abeja ignora el silencio que le rodea.

3.- Ayer eras el átomo de una mesera atenta. No quiero describir en realidad como eres. Hoy entras a las seis. Con la blusa limpia caminas por la calle y nada se detiene en tu ombligo, por eso la punta de la belleza es efímera por eso Nadar, Julia Margaret Cameron, y los ojos los tenemos atentos, indecisos a tu cintura que duerme, a las ruinas que llevas por delante y el piso encerado crea una visión que no le importa Pistolletto.

5.- Anotemos las impresiones.

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Cuando el año pasado supe que Rayuela, la novela de Julio Cortázar, iba a ser publicada por primera vez en Portugal, me alegré y me entristecí al mismo tiempo. ¿Cómo era posible que una obra maestra como Rayuela hubiese tardado 45 años en ser publicada aquí? Sentí pena por los lectores y escritores portugueses que no habían tenido la oportunidad de conocer a La Maga y a su bebé Rocamadour. Y es que muchos de nosotros, lectors y escritores latinoamericanos, nos enamoramos de Paris, y en Paris, siguiendo las páginas de Rayuela. Cortázar nos enseñó que la novela podía ser “otra cosa”, un cuerpo vivo, espiritual y libre. Conozco colegas que se saben capítulos de Rayuela de memoria y cuando los recitan las chicas caen como moscas a su alrededor. Yo creo que pocas mujeres podrían resistirse al hombre que le susurrara al oído el capítulo 68.

Pocos escritores latinoamericanos despiertan en el público la simpatía de Cortázar. Lo maravilloso es que sus simpatizantes también son sus lectores. Cientos de miles de cortazarianos por el mundo. Y cuando ya creíamos haberlo leído todo de nuestro maestro, aparece un libro con textos inéditos de Julio. Los editores lo han titulado Papeles Inesperados y contiene: 11 relatos; 3 historias de cronopios; una de las cuales reproduzco aquí en el blog; un capítulo del ‘Libro de Manuel’; 11 episodios protagonizados por Lucas; 4 autoentrevistas; 13 poemas; además de ensayos, prólogos y papeles inclasificables.

El libro está disponible en las librerías españolas desde el pasado 2 de mayo. A Colombia llegará el próximo día 15. ¡Qué afortunados somos los lectores hispanos! No quiero ni imaginar cuánto tardará este libro en ser traducido al portugués.

Vialidad (Historias de Cronópios y Famas)

Un pobre cronopio va en su automóvil y al llegar a una esquina le fallan los frenos y choca contra otro auto.

Un vigilante se acerca terriblemente y saca una libreta con tapas azules.

¿No sabe manejar, usted? ¿grita el vigilante.

El cronopio lo mira un momento, y luego pregunta:

¿Usted quién es?

El vigilante se queda duro, echa una ojeada a su uniforme como para convencerse de que no hay error.

¿Cómo que quién soy? ¿No ve quién soy?

Yo veo un uniforme de vigilante -explica el cronopio muy afligido-. Usted está dentro del uniforme pero el uniforme no me dice quién es usted.

El vigilante levanta la mano para pegarle, pero en la mano tiene la libreta y en la otra mano el lápiz, de manera que no le pega y se va adelante a copiar el número de la chapa. El cronopio está muy afligido y quisiera no haber chocado, porque ahora le seguirán haciendo preguntas y él no podrá contestarlas ya que no sabe quién se las hace y entre desconocidos uno no puede entenderse.

Julio Cortazar (1952)

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