Hemeroteca del mes mayo 2008

Por Jon Kortazar

Leer Troya al atardecer de Antonio Sarabia (México, D.F., 1944) significa volver a la memoria de las lecturas infantiles, a los textos que nos abrieron la imaginación a las batallas remotas, a los paisajes alejados, a los valores que resultaron, alguna vez, intocables, a historias que hablan de la complejidad humana, a la recreación del mito.
En Troya al atardecer se recrea la batalla de Troya y se realiza una lectura del texto de Homero, trayéndolo a nuestras visiones actuales. En la contraportada se nos avisa que leeremos una novela histórica y que entre sus valores se encontrarán “personajes sólidos, documentación exhaustiva sobre la época y una trama interesante”. Es evidente que debemos añadir un estilo de gran calado, y así estaremos ante las bases sobre las que se sustenta la novela Troya al atardecer.
La recreación de un episodio histórico y literario de tal calibre lleva al lector a realizar una par de preguntas: ¿Qué estrategia seguirá el autor para conseguir interesar al lector en una trama que ya conoce?, y ¿para qué entrar en una recreación de un mito del calibre del que presenta la relectura de la Ilíada de Homero?
Comencemos por dar una respuesta a esta segunda. Ya Jorge Luis Borges sentenció que los escritores estaban condenados a recrear dos mitos básicos. El del hombre que morirá en la cruz y el del que busca su hogar perdido en los mares mediterráneos. Bien, Antonio Sarabia prefiere trabajar con el gran mito que falta: el de la creación de una obra que se planteara el espacio troyano para recrear en él la visión de una utopía. Una de las funciones de la narrativa consiste en mantener y conservar los mitos actualizándolos en la narrativa. Así el prestigio del mito se conserva a través de la transformación y puesta al día. Si se retoma un argumento ya canonizado es porque se pretende retomar su idea de ejemplaridad, y porque se quiere reforzar la idea de la movilidad del significado del mito.
En cuanto a la respuesta a la primera pregunta, está claro que la estrategia que se sigue para ofrecer una versión diferente de algo ya conocido se muestra en la búsqueda de una visión distinta. En técnica narrativa se trata de la focalización de la trama desde un punto de vista no conocido. En este caso la creación de una personalidad desde la que se nos hará llegar la fuerza de la historia. Se trata de Timalco, el bravo guerrero espartano que focaliza la visión de la obra. Desde su perspectiva veremos crecer una trama narrativa que busca dar un sentido contemporáneo al ritual de la guerra.
Timalco participa en la guerra como guardia de Menelao, a quien sirve desde la juventud. Timalco, eje principal del texto, posee dos contrapuntos basculantes que ofrecen continuidad a la narración.
Por un lado, su carácter le lleva a intimar con Tersites, un contrahecho consejero, y con Palamedes, rival de Odiseo, y fallecido ya cuando comienza la narración y que intentó un pacto con los troyanos a fin de concluir una guerra insensata que duraba diez años. La relación entre Timalco y Palamades servirá como hilo conductor del debate de ideas que la novela irá abriendo al lector. Así, por ejemplo, en el capítulo 17 de la novela se muestra una discusión en torno a la pertinencia o no de los oráculos y el destino predeterminado de las personas: “El príncipe de Euboea [Palamedes], consciente de la situación, ponía fin a las controversias con un racionamiento práctico que dejaba cavilando a sus interlocutores. Ahí, asentía Timalco, era donde Palamedes, que significaba “antigua inteligencia”, hacía honor a su nombre” (pág. 129). La contraposición de un Timalco cazador y un Palamedes pescador (pág. 58-59), lleva a sus caracteres contrarios al contraste de ideas, a la creación de un mundo de opiniones y convicciones que son las que la novela transmite al lector contemporáneo.
Por otro lado, Timalco tiene un hermano gemelo, Lisandro que, por el juramento de fidelidad, se ve obligado a seguir a Helena a Troya y es considerado por los griegos un traidor. Lisandro, que se ha casado en Troya con una mujer, Polimela, de la que también se ha enamorado Timalco. Esta trama de hermanos gemelos separados, y radicalmente juntos, remite la trama a una novela de casualidades, en las que los hermanos toman parte, a sugerencia de Lisandro, en una proposición para parar la guerra. Timalco no aceptará la misión que le encomienda su hermano y esa infidelidad dará impulso a la histora, a veces utilizando procesos narrativos ya conocidos en la novela romántica, como el descubrimiento de los gemelos, su comunicación a través de espejos, y la entrada secreta de Timalco en Troya a través de un pasadizo, elementos que recuerdan tópicos de una novela de aventuras ya utilizadas con vigor por otros autores.
Así pues, dos amigos sirven a Timalco para recrear el campo de pensamiento de las convicciones, y un hermano gemelo producirá el impulso narrativo necesario para que la trama pueda reordenarse.
No cabe duda de que la novela histórica, escrita desde ahora para un público contemporáneo, actualiza algunas opiniones que no estaban presentes en el momento histórico en el que se sitúa la acción. Entre esas ideas que corresponden a nuestro tiempo pueden citarse la interpretación de la guerra no sólo como una acción para restaurar el honor de un rey, a quien han roto las leyes de la hospitalidad, sino para conseguir, en una interpretación económica de la guerra, el control del estrecho y del comercio; o las claras frases en referencia a la inutilidad de la guerra, no sólo de ésa, sino de cualquier otra: “Y quienes pagaban con sus vidas, esa mezcla de codicia y de miedo eran los siervos reclutados por sus amos, conducidos contra su voluntad hasta las playas de Ilión sin tener que ver nada con el asunto” (pág. 63).
Pero me interesa más el tema del doble, del gemelo, del espejo en la construcción de la novela, porque la relación entre el protagonista y su hermano gemelo, vertebra la estructura y el mensaje del texto. La estructura, porque, como en un espejo, la obra se divide en dos partes, cada uno con igual número de capítulos, 18. Porque desde un principio se deja claro que los aqueos combaten con un enemigo que se les parece, que son ellos mismos: “A pesar del brutal antagonismo que les enfrentaba, los troyanos, o teucros, no eran tan diferentes de ellos, se decía Timalco […] Éstos eran iguales a él, sus semejantes, hablaban idéntica lengua. Como él, comían pan de cebada, o de trigo en los días festivos […] No sólo tenían las mismas costumbres, también adoraban a los mismos dioses, les rendía idénticos sacrificios y utilizaban para el caso los mismos santuarios que ellos. Tanto que, en tiempos de guerra, hasta se veían obligados a compartirlos” (30). Así resulta extraño y efectivo a la vez, el tema del templo de Apolo, compartido por los contendientes de los dos ejércitos, y verdadero lugar de comunicación entre enemigos idénticos. Timalco y Lisandro son gemelos, de la misma manera que son gemelos los dos pueblos que luchan, en una superposición de sentido, en un paralelismo de significado.
Pero habría que prestar atención a las secuencias metanarrativas de la novela, que predicen acciones, que metaforizan sentimientos. Me refiero a los breves capítulos, por ejemplo el 5 donde se relata el origen mítico del mundo, o el 13 en el que se relata la historia de Psiqué, en los dos casos se cuenta que son historias cantadas por Demodoco, el rapsoda ciego, y se corresponden a los capítulos 25 y 33 en los que también se narran canciones. Son momentos en los que el relato se vuelve hacia la narración del mito tradicional y se resuelve una historia a “otro nivel” que sólo metafóricamente se engarza con el sentido de la narración. Son espejos de la acción narrativa que se explican al final del relato: “De algún modo le hizo sentir que, aún siendo él de tan baja condición, había estado en su poder cambiar el orden de las cosas. Como en la oda de Hefaistos y Afrodita” (pág. 245).
La metáfora de los espejos curvos sirve para delimitar los paralelismos y contrastes estructurales entre la primera y la segunda parte, ambas diseñadas por un gusto por el equilibrio que se puede ver a primera vista. En este orden de cosas pueden señalarse tres caracteres que nos hablan de la íntima relación simétrica en la que se sustenta la novela.
En otro guiño a la llamada novela helénica, el cambio de identidades de los gemelos Tilmaco y Lisandro se produce en esta segunda parte. En una escaramuza, Pratoclo y el gemelo espartano persiguen a Héctor y a su tropa de troyanos. Al quedarse solos Héctor mata a Pratoclo, y un soldado hiere de gravedad a Timalco, que en su agonía es confundido con Lisandro, llevado a su casa y cuidado por la mujer de éste. Esta confusión de identidades hila el puente entre la idea de que aqueos y teucros pertenecen al mismo orden de pueblos, de manera que Tilmaco, sufrirá una evolución de personaje redondo que le llevará a dudar de su identidad y tomar la decisión con la que se cierra la novela: “Otra vez: ¿quién era él y cuál era su patria?, ¿en qué bando peleaba?, ¿sentía como teucro y guerreaba entre los aqueos o sentía como aqueo, pero de ahí en adelante, guerrearía con los teucros?” (pág. 244). Hasta realizar la pregunta clave: “¿Se estaba convirtiendo en Lisandro?”. Esta asunción de dobles identidades sirve de cierre a la novela en el que Timalco decidirá la salvación de Lisandro y Polimela.
Existen otros puntos en que la novela juega con la simetría. Si en la primera parte Timalco fue el delegado de Lisandro para conseguir un cese de las hostilidades y él no cumple el encargo; en el final es Timalco quien trata de parar la guerra a través de un mensaje enviado por medio de Casandra, quien tampoco cumple el cometido y el deseo de parar la guerra, en un juego de malentendidos, termina perdiéndose.
En cualquier caso, existen dos elementos narrativos más de los que debe hablarse para terminar de cerrar la descripción de la novela. En primer caso se trata de u contraste entre las dos partes que se enfrentan de manera pronunciada. En la primera parte, Timalco será ante todo un guerrero, y el núcleo temático se centrará en la descripción del hombre de guerra, en la segunda parte, la convalecencia de sus heridas dará paso a una descripción del hombre enamorado, tanto de Helena como de Polimela, de forma que se recrea el retrato general del héroe.
En el tapiz de traiciones, engaños y luchas, hay un núcleo temático que se va hilando fino: se trata de la creencia en los auspicios. Timalco creía en ellos con reverencia. Palemedes, no. Y Lisandro muestra una cambiante actitud desde la reticencia a la creencia, puesto que el cumplimiento de cinco augurios será determinante para la toma de Troya. Cinco augurios que un traidor comunica a Agamenón y que se cumplen con la toma de Troya. El tema de los augurios que se había ido comentando en segundo plano, pasa en el momento de la conclusión de la trama a una primerísima posición.
Timalco permanece preguntándose por su identidad en toda la novela: “Si uno era en realidad lo que hacía, ¿quién era él?, ¿en qué podía reconocerse?, ¿qué acto lo definiría por entero?” (pág. 193). En la búsqueda de la identidad Timalco se verá envuelto en la contradicción de hacer algo ya dispuesto por los dioses en sus augurios, y hacer algo dispuesto por sí mismo, hasta que su decisión final, concilia ambas salidas. Al decidir salvar a Lisandro y Polimela, es una persona que toma una decisión libre que, a la vez, cumple el destino que los dioses guardaban para él.

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Tengo la impresión de que, a pesar de vivir en una sociedad que suele ser ingrata, cada vez somos más conscientes de la importancia de tomar posiciones positivas para con nuestro medio ambiente. Es como si por fin nos estuviéramos dando cuenta de que el planeta Tierra es nuestra casa, y de que estamos muy cerca de quedarnos literalmente sin techo. El cambio climático es un tema de conversación común y ha venido reemplazando a pasos agigantados a la típica plática sobre política que solían entablar los desconocidos en los lugares públicos. Ya no tiene uno que llegar a viejo para decir “el mundo ha cambiado, todo está cada vez peor”. Incluso los jóvenes nos percatamos de que las cosas yo no son como solían ser.

En mi pueblo, Fundación (Colombia), hace tanto calor que se le conoce popularmente como “la sucursal del infierno”, pero hasta hace apenas algunos años, después de media noche y hasta las seis de la mañana, bajaba tanto la temperatura que usábamos frazadas de lana para dormir. Este enero estuve allí y me encontré durmiendo por primera vez en mi vida desarropada, sufriendo un calor asfixiante que a ninguna hora del día ni de la noche da tregua. No hace falta ser un especialista para entender de qué se trata el calentamiento global. No hay duda, el planeta está cambiando en nuestras narices. En los lugares donde la nieve solía ser perpetua, ahora es ocasional. Unos ríos se secan y otros se desbordan. Los bosques arden solos. En muchas partes la agricultura y la ganadería salvajes han arrasado con lo que antes eran los pulmones del planeta. Grandes extensiones de tierras desarborizadas e infértiles están obligando a sus antiguos explotadores a emigrar en busca de nuevas formas de supervivencia. Porque, aunque parezca sorprendente, hay más migraciones en el mundo a causa del cambio climático que de la violencia. Vivimos amenazados por catástrofes que, como en los tiempos del Arca de Noé, podrían arrasar con la vida. Jonh Steinbeck escribió en su novela Las Uvas de la Ira:

“Carretadas, caravanas, sin hogar y hambrientos, veinte mil, cincuenta mil y doscientos mil (…). Corriendo a encontrar algún trabajo para hacer –levantar, empujar, tirar, recoger, cortar –cualquier cosa, cualquier carga con tal de comer–. Los críos tienen hambre. No tenemos dónde vivir. Como hormigas corriendo en busca de trabajo y, sobre todo, de tierra (…).
Los hombres, que han creado nuevas frutas en el mundo, son incapaces de crear un sistema gracias al cual se pueda comer. Y este fracaso cae sobre el Estado como una gran catástrofe (…). Y en los ojos de la gente hay una expresión de fracaso, y en los ojos de los hambrientos hay una ira que va creciendo. En sus almas las uvas de la ira van desarrollándose y creciendo y algún día llegará la vendimia.”

El párrafo de Steinbeck parece una crónica periodísticas reciente, y aunque se refiere a las grandes migraciones de los años 30 hacia California durante la época de la Gran Sequía, también puede leerse como un retrato de las relaciones del hombre con la naturaleza. No en balde el libro comienza con una sequía y termina con una inundación. Parece que hacen falta desastres naturales como los recientes huracanes, terremotos y tsunamis para convencernos de cuánto determinan nuestra suerte las fuerzas de la naturaleza. Estamos viviendo un momento histórico en el que ya no basta con tomar conciencia de los estragos que hemos cometido en el planeta, eso ya está muy hablado. Ahora se hace necesario que todos tomemos medidas para al menos frenar los perjuicios. No se trata de reparar, en eso hay consenso de parte de la comunidad científica, porque los daños en el medio ambiente son irreversibles y sus consecuencias difíciles de prever.

Las Uvas de la Ira de Steinbeck relata el éxodo de la familia Joad durante la Gran Recesión económica norteamericana. La crisis que llegó acompañada al valle del Mississippi por una sucesión de sequías y vientos violentos, terminó por anular las posibilidades agrícolas de amplias zonas, obligando a millares de familias como los Joad a abandonar sus tierras. Hay que decir además que aquel suelo, en la novela y en la realidad, tampoco era apto para sostener una agricultura mínimamente intensiva, por lo que de cierta manera el campo estaba cobrando el precio del abuso.

Los Joad se ven empujados por las fuerzas de la naturaleza a la ruina y el hambre. Por ello deben malvender sus pocos bienes y emprender una huida a través de un país inmenso con el único objetivo de sobrevivir. Huyeron de la miseria para encontrarse en el camino, y en California, con aún más miseria y desarraigo. La historia norteamericana dice que 300.000 personas vivieron en carne propia historias similares a la de los Joad. Lo triste es que casi setenta años después de la publicación de la novela, en Mississippi los cultivos de algodón sigan siendo un quebradero de cabeza tanto para los gobiernos como para los movimientos ecologistas. Es notable el énfasis que hace Steinbeck en su libro con respecto a la importancia del medio ambiente en el destino de lo humano. Por ello es considerado un precursor del interés por la ecología y uno de los fundadores ‘del espíritu verde en los Estados Unidos’. Pensemos que los primeros grupos ecologistas surgirían en ese país tres décadas después de la aparición de Las Uvas de la Ira.

Hace poco me enteré por la prensa de una noticia que me sorprendió gratamente: se ha creado en Noruega una versión moderna y vegetal del Arca de Noé. El proyecto es conocido popularmente como la Bóveda del Juicio Final y es desde ya el mayor banco de semillas del mundo (pretende albergar en unos años 4,5 millones de variedades). La Bóveda Global de Semillas, nombre oficial del proyecto, fue inaugurada el pasado febrero en una de las islas Svalbard muy cerca del Polo Norte. El moderno edificio, construido casi completamente bajo tierra en la cima de una montaña de arenisca, cuenta con tecnología suficiente para mantener a buen recaudo de cualquier cataclismo el patrimonio vegetal de la humanidad.
Pensemos que por ahora la Tierra es el único planeta completamente apto para la vida humana, animal y vegetal. Nuestra propia Bóveda del Juicio Final. Como tal debemos verla y custodiarla, porque ¿dónde más podríamos conservarnos sanos y salvos a nosotros mismos?

THE SUMMER DAY
(Mary Oliver)

Who ever made the World?
Who made the swan, and the black bear?
Who made the grasshopper?
This grasshopper, I mean
the one who is eating sugar out of my hand,
who is moving her jaws back and forth instead of up and down
who is gazing aroud with her enormous and complicated eyes.
Now she snaps her wings open, and flotas Hawai.
I dont´n know exactly what a prayer is.
I do know how to pay attention, how to fall down
into the grass, how to kneel down in the grass,
how to be idle and blessed, how to stroll through the fields,
which is what I´ve been doing all day.
Tell me, what else should I have done?
Doesn´t everthing die at last, and too soon?
Tell me, what is it you plan to do
whit your one wild and precious life?

EL DÍA DE VERANAO
(Traducción de Daniel Pupko)

¿Quién creo el mundo?
¿Quién dio forma al cisne, al oso negro?
¿Quién hizo a la cigarra?
Me refiero a esta cigarra,
la que se lanzó fuera del pasto,
la que ahora come azúcar de mi mano,
la que mueve las fauces abiertas de atrás para adelante y no de arriba a bajo,
la que mira a su alrededor con enormes ojos complicados.
Ahora levanta sus brazos pálidos y lava su rostro con cuidado.
Ahora de pronto abre sus alas y se va flotando.
Yo no sé con certeza lo que es una oración.
Sin embargo sé prestar atención
y sé cómo caer sobre la hierba,
cómo arrodillarme en la hierva,
cómo ser bendita y perezosa,
cómo andar por el campo,
que es lo que he hecho todo el día de hoy.
Dime, ¿qué más debí haber hecho?
¿No es verdad que todo al final de muere… y tan pronto?
Dime, ¿qué planeas hacer con tu vida
preciosa, salvaje, única?

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Quiero felicitar a la escritora colombiana Consuelo Triviño Anzola por la publicación de su última novela: La semilla de la ira. Sé que ella se ha dedicado con entusiasmo durante varios años a la realización de este proyecto, y eso, sumado a su talento, no puede dar otro resultado que una excelente novela. Para aquellos que dezconocen al presonaje de Vargas Vila, la introducción de Halrold Alvarado Tenorio les será muy útil.

DON J.M. VARGAS VILA

Por Harold Alvarado Tenorio

Hace 75 años falleció el más temido de los panfletarios colombianos. Una novela de Consuelo Triviño celebra su vida y su obra.

Vargas Vila, señor de rayos y leones,
callado y solitario recorre las ciudades,
y ninguno alimenta rebaño de ilusiones,
como este luminoso pastor de tempestades.
Rubén Darío.

Que yo sepa, sólo una losa de piedra, sobre una de las paredes de la fachada de una casa sita en la Carrera 2 número 12-14 de La Candelaria, le recuerda. “Aquí nació, el 23 de Junio de 1860, José María Vargas Vila, autor de Aura o las violetas”. Sus restos, si es que existen, viven en la indiferencia de una cárcava del Cementerio Central, que habrán ido a parar quién sabe dónde, entre los huesos desplazados por las políticas urbanísticas recientes, que vaciaron 18 mil sepulturas para levantar un parque que emperifolla una estatua, hueca, renacentista y ecuestre, de Fernando Botero. Fue, a pesar del desprecio y el olvido, el escritor colombiano más leído y vendido del siglo pasado, y su gloria no desmerece la de GGM, con quien más de una vez se ha contrastado. Al menos, fue tan rico y famoso como el Nobel de 1982.

Murió en Barcelona en 1933, dejando a la posteridad cerca de cien libros, entre novelas, crónicas de viajes, historia, panfletos o ensayos, y a su hijo adoptivo, sus mansiones decimonónicas de Paris, Málaga, Sorrento, Madrid o Barcelona, donde con el más preciso y obstinado aislamiento, cumpliendo horarios de oficinista y vistiendo con exotismo se dedicó a combatir los gobiernos de Núñez, Holguínes, Caro, Sanclemente, Marroquín, Reyes, Concha, Suárez, Ospina y Abadía Méndez de la República Conservadora de Colombia, y a déspotas sudamericanos como Estrada Cabrera de Guatemala, Porfirio Díaz de México o Cipriano Castro en Venezuela, con una obra que se sigue vendiendo, en el más absoluto pero galopante silencio e incluye joyas de la prosa modernista como Ibis, Ante los bárbaros, Los césares de la decadencia, Los divinos y los humanos o Rubén Darío.

“La influencia de un escritor sobre su época marca, no los grados de su talento, sino los de su virtud”, dijo. Y continúa:

El talento en un alma sin carácter es como la hermosura en una mujer sin virtud; un elemento más de prostitución.

Claudio de Alas [1886-1918], el vate colombiano admirado por Borges que se quitó la vida en Buenos Aires cuando tenía 32 años y le conociera en New York, en 1904, ha dejado quizás el mejor retrato del Divino iracundo:

“Vestido de negro azabache, era tan taciturno como la misma sombra. Sus largas e inquietantes manos rebosantes de anillos de oro, lapislázuli y amatistas parecían talladas en mármol para cincelar largas frases dignas de Hugo y D´Annunzio. Un camafeo con una serpiente egipcia, obsequio del alejandrino Kavafis y el griego Kappatos hace las veces de un alfiler de Wilde sobre su corbata de seda peinada. Un bastón de ébano con una cabeza de dragón chino, engastada en azules de Ling y platinos de Mei sirven de apoyo a su mano izquierda. Pálido y moreno, un dedo sellaba sus labios indicando silencio, con los hirsutos cabellos más negros que grises delatando una gran testa, amplios los temporales y vivas las pupilas de halcón, dominadoras, semejantes al misterio que producen las olas de la mar en noches de alta lujuria”.

Nacido en aquella pequeña casa, en una de las riberas del río San Agustín, entre las viejas calles La Gallera y Las Águilas tres años antes de la promulgación de la Constitución de Rio Negro, cuando la capital era apenas un pueblo frío, feo y fétido regido por los treinta campanarios de sus iglesias coloniales, con las calles infestadas de campesinos pobres y viejas mujeres viudas de las guerras civiles, seguidas de borricos y perros famélicos, los años de juventud de Vargas Vila fueron los del Olimpo Radical, cuando como periodista y agitador defendió los estados federados de Mosquera, Murillo Toro y Parra, irreductibles partidarios de la libertad de expresión, enseñanza, asociación y culto, cuyo contradictor, Rafael Núñez, tras haber leído en Spencer, rompió con el radicalismo y optó por un centralismo político y fiscal que llevó a la guerra civil de 1876-78, cuando militó con el general Santos Acosta y luego, como secretario del general Daniel Hernández, -quien perdiendo la vida y la guerra en la sangrienta batalla naval La Humareda, permitió a Núñez declarar liquidada la Constitución de 1863 y expedir la de 1886-, hubo que huir a los llanos del oriente y luego a Venezuela, iniciando un exilio que duraría toda la vida.

Admirado y leído en cantinas de barrio, barberías, costureros, fábricas, universidades, tabernas portuarias, sastrerías y carnicerías, sus numerosos enemigos, intelectuales al servicio de tiranos y autoritarios, le llamaron bastardo, blasfemo, desnaturalizado, disolvente, pernicioso mientras propagaban la especie que vivía como un rey, era hermafrodita y homosexual, misógino, anarquista, terrorista e impotente.

Lo cierto es que fue un formidable defensor de la libertad con la palabra escrita. Nadie como él, quizás con la excepción del granadino Isaac Muñoz [1881-1925] cuyo exotismo, perversidad y lujuria de estilo le es equiparable, hizo que las ideas y las maneras de ver el mundo de artistas y pensadores laicos ascendieran hasta las voluntades de millares de intelectuales campesinos, jornaleros, analfabetos, desposeídos y desocupados que aspiraban a ser tan libres como Jorge Amado, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, José Vasconcelos, Francisco Umbral, Ramón Gómez de la Serna, Gabriel García Márquez, José Donoso, Jorge Zalamea o Ramón del Valle Inclán, ese puñado de sus admiradores, que reconocieron que sin él y sin su prosa, no habrían existido.

Una prosa lírica cuya eficacia no hay que buscar entre las sábanas, sino en su fluir subversivo contra lo establecido, los discursos oficiales hegemónicos cuyos designios nacionales se sustentan en nociones como la familia burguesa, las tutelas morales de las iglesias y la centralización de los poderes que explotan, excluyen y reprimen el cuerpo social y el individuo. Por eso Vargas Vila violenta la ortografía, la sintaxis y la prosodia del español de Caro y Cuervo, abundando en adjetivos, modificando el uso de mayúsculas, minúsculas, la puntuación, salpimentando con hipérboles, galicismos, neologismos y metáforas sinestésicas sus extensas ráfagas de fuego y hielo, citando al por mayor del latín y el griego, cuando no del italiano, francés e inglés, lenguas que quizás no bien conocía.

Que casi 150 años después de haber nacido se publique una novela que indaga en los apuros de su alma en lucha contra los día a día de su tiempo, demuestra su vigencia. La semilla de la ira, de Consuelo Triviño, con un preciosismo que perpetúa la prosa en primera persona de José Fernández, el alter ego de José Asunción Silva, en De Sobremesa, repasa los tormentos de la conciencia del asceta profano en varias de sus residencias en la tierra, ofreciéndonos un retrato de su alma que no había imaginado la crítica hasta hoy. La de un esteta consumado que hace de la búsqueda de la libertad un instrumento para alcanzar eternidad con el arte de las palabras, la más grande y destructora arma que ha inventado el hombre.

Una auténtica novela de época, deliciosa en su ritmo lento y circular; una obra de arte tejida con esmero a partir de las investigaciones que la novelista ha realizado durante los más de veinte años que lleva viviendo en España, luego que en Colombia le fuera negada la sal y el agua en varias de las universidades donde quiso prestar su concurso. La prosa de Triviño es magistral e incisiva:

“He llegado a comprender –dice Vargas Vila en La semilla de la ira – que a estas repúblicas las matan no las doctrinas conservadoras sino los intereses, la ambición y la codicia que se ocultan tras la fachada de la tradición y las buenas costumbres. La enfermedad que corrompe el cuerpo social no es la miseria, sino el miedo. Cuando nadie se atreve a decir la verdad y todos huyen al chocar contra ella, la sociedad se lanza por un precipicio. En Colombia sólo tienen cabida el bufón y el canto adulador de los juglares al servicio de los tiranos de turno. Si por azar del destino lleva hacia aquellas geografías a un hombre capaz de desvelar tanta ignominia, todos le vuelven la espalda; los periodistas, pagados por los poderosos, impiden que su verbo candente llegue hasta la multitud. Sin embargo no hay nadie que no declare vivir esperando una revolución…”

En una época como esta, sometida al tira y afloja del pensamiento único que notifica una globalización arbitraria cuyos señores son las grandes empresas de un capitalismo sin rostro ni propósitos, doblegada por la corrupción, el lucro, el trapicheo y la discriminación; donde nada ni nadie parece ya importar, sólo el dinero y su plaza de mercado, el panfleto parece el instrumento más idóneo para despertar al hombre del letargo. Cada día, quienes orientan el mundo están más coléricos, más mordaces, mas emponzoñados contra los establecimientos y las ambiciones de los poderosos. Cada día el arte y las literaturas, la música y el cine, eligen la postura de un alma como la de Vargas Vila en la novela de la señorita Triviño: un gran silencio para gritar más fuerte contra los enemigos de la libertad.

Harold Alvarado Tenorio

http://www.haroldalvaradotenorio.com/

Director Revista de poesía Arquitrave

http://www.arquitrave.com

Kra 13 nº 27-98, T/1504
Edificio Bavaria Centro Internacional
Bogotá.D.C.
TEL: 3348830

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Por Antonio Sarabia
¿Qué nos mueve a la traducción? ¿El deseo de compartir con otros de nuestra misma lengua lo que nos conmovió en una ajena? ¿El sentirnos de modo vicario coautores de un texto que admiramos? No lo sé, tal vez en cada traducción haya un poco de ambas cosas. En mi caso influye además la necesidad de mantener el lápiz afilado y el brazo caliente entre las pausas de mis propios escritos. Los poemas que siguen, todos traducidos por mí, son acaso lugares comunes para muchos lectores de habla portuguesa pero como no son muy conocidos fuera de ese ámbito me complace presentar ahora su versión castellana en este blog. Desde luego su elección obedece a una terrible arbitrariedad a su vez regida por el azar: el azar de una lectura, de una afinidad estética o literaria y hasta del afecto instintivo por determinados autores vivos o muertos.
El primero es una deliciosa composición de José Gomes Ferreira (Porto, 1900-1985). Gomes Ferreira aunque nació en Porto, vivió desde muy niño en Lisboa, compuso música y despertó la admiración de sus contemporáneos tanto por sus dones como poeta como por sus compromisos sociales y políticos. Llegó a ser cónsul en Noruega de 1925 a 1929.

VIVIR SIEMPRE TAMBIÉN CANSA.

El sol es siempre el mismo, y el cielo azul
ora es azul, nítidamente azul,
ora es ceniza, negro, casi verde…
mas nunca de color inesperado.

El mundo no se modifica.
Los árboles dan flores,
hojas, frutos, pájaros,
como máquinas verdes.

Los paisajes tampoco se transforman.
No cae nieve escarlata,
ni planean las flores,
la luna no tiene ojos
y nadie va a pintarle ojos a la luna.

Todo es igual, mecánico, exacto.

Y por supuesto los hombres son los hombres.
Eructan, beben, ríen y digieren
sin imaginación.

Y hay barrios miserables, siempre iguales,
discursos de Mussolini,
guerras, orgullos desquiciados,
autos de carreras…

!Y me obligan a vivir hasta la muerte!

¿Qué no sería más humano
morir un pedacito
de cuando en cuando
y recomenzar más tarde
hallando todo nuevo?

¡Ah! Si pudiese suicidarme por seis meses,
morir encima de un diván
con la cabeza puesta en una almohada,
y la confianza y la serenidad que da saber
que me velabas tú, mi amor del Norte.

Cuando alguien viniera a preguntar por mí,
le dirías con esa tu sonrisa
donde arde un corazón en melodía
“matose esta mañana
y no va a resucitar ahora
por una bagatela.”

Y vendrías después, muy suavemente,
a velar por mí, sutil y cuidadosa,
andando de puntillas para no despertar
a la muerte aún pequeñita en mi garganta.

Este otro, un soneto de David Mourão-Ferreira (Lisboa, 1927-1996), me atrajo por la musicalidad y la profunda nostalgia que emana del poema. Mourão-Ferreira estudió Filología Románica y fue profesor emérito de la universidad de Lisboa. En los años sesentas estuvo vinculado a varios programas culturales de radio y de televisión. Llegó a Secretario de Cultura entre el 76 y el 78.

Y A VECES

A veces las noches duran meses
Y a veces los meses son océanos
Y a veces los brazos que apretamos
nunca más son los mismos Y a veces

encontramos de nos en pocos meses
lo que la noche nos hizo en muchos años
Y a veces fingimos que añoramos
Y a veces añoramos que a veces

al tomarles el gusto a los océanos
sólo heces de noches no de meses
al fondo de las copas encontramos

Y a veces sonreímos o lloramos
Y a veces a veces ah a veces
En un segundo se esfuman muchos años.

Quisiera terminar con dos de Marcelo Teixeira (Pinhal do Norte, 1964). Su especialidad es la historia pero se ha dedicado más que nada a la literatura, primero en el programa radiofónico Las Márgenes del Silencio allá en los años ochentas y, actualmente, en su trabajo de editor.

MOVIMIENTO PERPÉTUO

Estas son las cosas más simples
los más conocidos secretos nocturnos, dirás
en vano me escribes poemas, plantas rosas
sé que es de ti de quien hablas al evocarme,
de tu gente, de lo que no soy
de lo que no hago a esta hora.
Es muy cierto, no sé quién eres
los días en que me ocultas la mirada,
o el ardor que me profesan tus manos.
¿Conoces Goa? ¿Monte Albán?
¿Cómo saber en qué cuerpos te extraviaste?
Esas son las sombras de mi canto
los mejores gestos inútiles de estos días
pero no me detengas si te invento;
es por saberte imperfecta en los versos de ayer
que recomienzo cada día tu retrato.

SI TE ABRO LA PUERTA

Si te abro la puerta
no olvides
que todas las noches exigen un sacrificio.

Nada receles
mas no esperes almíbar en la boca
ni armisticio al cuerpo
ni baño en la mañana.

Nada receles
mas no esperes palabras inocentes
acostumbro mentir en los días pares
y faltar a la verdad en los restantes.

Si te abro la puerta
llámame sólo por mi nombre
y sé bienvenida al trono de un reino saqueado.

Etiquetas: Antonio Sarabia, poesía, traducciones

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